Por Artigas Osores

El día que llegó de España, se quitó los zapatos en la esquina de una plaza y los dejo debajo de un árbol, como una ofrenda al olvido del camino. El muchacho quería olvidar la guerra , el dolor y la tierra que había nacido y se perdió descalzo ciudad adentro por las calles desconocidas.
En su mano una valija, sueños en las pupilas, lágrimas en las mejillas y en los labios una sonrisa, para ahuyentar los miedos .

Muchas décadas después le pidieron a Manolo que repitiera de nuevo la historia del afilador.
Era, dijo mientras bebía unas copas de manzanilla como aperitivo, un artesano que afilaba las tijeras de las costureras, cuchillos de carniceros clandestinos y las navajas de las meretrices que trabajaban en la noche. Los domingos de mañana pasaba de bicicleta tocando su flauta por las calles de los barrios pobres. Los niños vestidos con ropas sin colores, gritaban entusiasmados alertando a los vecinos, «el afilador , el afilador…»
De dónde viene el artesano que adaptó la herramienta de trabajo a su bicicleta para ganar su pan, se preguntaban los parroquianos. ¿Por qué no anda en los barrios ricos? Le preguntó inocentemente un niño al afilador. Y respondió que tiene prohibido pasar por las calles donde residen los poderosos, se lo advirtió un oficial de policía, porque a las madames de los barrios ricos les irrita el sonido de su flauta.
Desde ese día solo pasa por las calles donde viven los hombres pobres como él.

Manolo ya dejó la manzanilla de lado y entusiasmado por el relato, ahora toma vino con el codo apoyado al mostrador. Por mucho tiempo busco a hombres para afilar gratuitamente sus cuchillos para que le cortaràn las manos a los que roban el pan y los sueños a los pobres.

El día que el pueblo tenga conciencia, decía el artesano que andaba en bicicleta, la música del afilador será el himno de los oprimidos y la música sonará con alegría por los barrios pobres.
Desafiando al poder y afilando cuchillos para los hombres que un día cortaràn las manos de los que roban el pan y los sueños a los pobres. Detrás de las celosías las costureras aguardan el paso del afilador para afilar sus tijeras y un día acompañar a sus maridos en el camino a los barrios ricos.
Las meretrices con las navajas escondidas entre sus polleras, también aguardan la llegada de ese día.

Pero ese día nunca llegó, dice Manolo con tristeza.
Una noche fría en un callejón oscuro y sin salida allá en Barcelona lo encontraron muerto a puñaladas al afilador. Está es la historia de su abuelo vasco, que contó Manolo ya ebrio, con lágrimas en las pupilas y el codo apoyado en él mostrador. Manolo es aquel muchacho que un día llegó de España, se quitó los zapatos en la esquina de una plaza y los dejo debajo de un árbol, como una ofrenda al olvido del camino, la guerra, el hambre y el dolor.