El estreno de la película “Spotlight”  –  que en nuestro país se llamó “En primera plana”-  tuvo amplias repercusiones. No era la primera vez que se hablaba del tema de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes de la iglesia católica en varios países, pero lo sucedido en la muy católica ciudad norteamericana de Boston, no difiere de lo que viene sucediendo en nuestro propio país.

Por Mónica Gómez

Varios medios de prensa se ocuparon del tema, entre ellos el programa “Santo y Seña” que fue a buscar la palabra tanto de algunos sacerdotes como de algunos jóvenes víctimas de su abuso. Los sacerdotes, adscritos a distintas parroquias o colegios católicos, negaron  las acusaciones. Uno de ellos explicó que él simplemente  jugaba con los niños y a lo sumo, les hacía “cosquillas”.

El relato de las víctimas, por el contrario,  estaba cargado de angustia, de bronca y dolor. Muchos de ellos comenzaron a ser abusados de niños. Eran, además, pobres y muchas veces huérfanos. Niños desamparados que creían encontrar cariño entre estos abusivos pederastas.

La Iglesia uruguaya –al igual que lo había hecho el papa Francisco- pidió perdón. No es la primera vez que la Iglesia pide perdón.

Cinco siglos después, lo hizo frente al exterminio indígena en nuestro continente. Otro tanto tiempo le llevó reconocer su error ante la condena de la teoría heliocéntrica de Galileo y Copérnico. Esta vez el perdón consistió en ofrecer asistencia psicológica a las víctimas, elaborar un protocolo de cómo actuar en estos casos y dar a conocer un teléfono celular donde las víctimas pueden hacer denuncias. No mucho más.

Es la misma Iglesia que se ofreció de mediadora entre los militares torturadores de la dictadura y los familiares de los asesinados y desparecidos, para dar información a fin de encontrar sus restos y conocer la verdad de cómo los mataron. ¿Hubiera sido posible creerle? La Iglesia está manchada por la impunidad que aún impera en nuestro país,  más de cuarenta años después del golpe de estado.

Hubo, es cierto, algunos sacerdotes que estuvieron del lado de los trabajadores y el pueblo y algunos murieron luchando. Pero la cúpula de la Iglesia en el país se colocó –salvo muy honrosas excepciones-  del lado del poder. Participa del poder. Fueron parte de todos los acuerdos políticos, participaron de los acuerdos cívico-militares como el Pacto del Club Naval, bendijeron los desfiles militares, siguen predicando la resignación entre los oprimidos  y el perdón para los torturadores, los abusadores y  los negociados millonarios.

En el país hay miles de honestos trabajadores que se declaran católicos. Están en todo su derecho a mantener la fe en la religión que prefieran. Pero ya no hay que callar más ante una institución que tiene en sus filas a miles de sacerdotes que actúan desconociendo los más elementales derechos humanos, que abusan brutalmente de los más humildes y desprotegidos, que reniegan descaradamente de  sus propios principios. 

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