La semana pasada, Haití explotó. Ya habíamos visto antes la insurrección en Honduras contra el fraude electoral del gobierno, las movilizaciones gigantescas contra la dictadura de Daniel Ortega (el nuevo Somoza nicaragüense), la huelga general y las luchas radicalizadas contra Macri en la Argentina. América Latina se va polarizando y desestabilizando. Ahora llegó el turno de Haití.
Por: Eduardo Almeida – LITCI
El gobierno Moïse, aprovechándose de la pasión del pueblo haitiano por el fútbol brasileño, decretó casi clandestinamente durante el partido Brasil vs. Bélgica, un viernes, aumentos de 38% en la gasolina y de hasta 51% en el kerosene.
La miseria del país se expresa hasta en eso: el kerosene y el carbón son los combustibles más usados por el pueblo, para iluminar las casas y cocinar. Ese decreto fue firmado por órdenes directas del FMI, que las exigió para liberar un préstamos de 96 millones de dólares.
Cinco minutos después de terminado el partido, el país explotó. Las calles fueron tomadas por multitudes furiosas que enfrentaron a la policía, montaron barricadas y destruyeron los símbolos de la explotación capitalista que veían a su frente, incluyendo agencias del gobierno y hoteles.
Las grandes ciudades del país, incluyendo Puerto Príncipe y Le Cap, amanecieron el sábado con sus barrios populares bajo control de la población. La policía, única fuerza armada del gobierno, huyó hacia los cuarteles.
El gobierno, asustado, revocó el decreto. Pero ya era tarde. Un límite se había quebrado. Los trabajadores y el pueblo pobre haitiano se habían levantado. Y no era solo contra ese aumento. El enemigo es la explotación imperialista salvaje impuesta a ese pueblo.
En el inicio de la semana, dos días de huelga general mantuvieron el país parado. No fue solamente una huelga de transportes, como la prensa mundial informó. Otra cara de la miseria haitiana es que una parte importante de la población va a pie o a caballo al trabajo. Y estuvo todo parado. Incluso y principalmente, el joven proletariado textil de las zonas francas del país, el más importante sector del proletariado haitiano.
El gobierno, a la defensiva completa, buscó encaminar el proceso para el parlamento, que culpó y destituyó al primer ministro el sábado siguiente.
Las movilizaciones bajaron y el país volvió a la actividad, pero la situación no es la misma. El pueblo haitiano, una vez más, mostró que puede luchar, y puede vencer. El Haití rebelde nuevamente se levantó.
Una historia revolucionaria olvidada
Los medios burgueses buscan, a propósito, esconder la historia haitiana. Ese pueblo negro hizo la primera y única revolución de los esclavos victoriosa de la historia en 1804. Fue también la primera revolución anticolonial victoriosa de las Américas.
Los esclavos negros, liderados por Toussaint L’Ouverture y Dessalines, entre 1791 y 1804 derrotaron a todos los ejércitos dominantes de la época, incluido el español, el inglés y el francés de Napoleón, para volverse un país independiente. Fue una de las primeras derrotas militares de Napoleón.
En una de las visitas que hice a Haití fui a conocer la “Ciudadela”, una gigantesca fortaleza en los alrededores de Cap Haitiene. Se trata de una demostración del desarrollo desigual y combinado en el terreno de la arquitectura y de la ingeniería militar. Construida por Cristophe, enseguida después de la independencia de Haití de Francia en 1804, fue ideada por un ingeniero militar haitiano, Barré, que estudió en Francia y absorbió las técnicas más modernas de la ingeniería militar de Europa.
La gigantesca fortaleza, con 375 cañones, fue construida por decenas de millares de haitianos durante siete años y es, al mismo tiempo, una expresión de la fuerza de la revolución y de la más avanzada técnica del mundo en aquella época. Llegar a la Ciudadela impone de inmediato el respeto debido a la grandiosidad de esta revolución.
La reacción colonialista para estrangular la revolución
El colonialismo no podía dejar que la semilla de la revolución haitiana se extendiese. Más todavía en un período en que el esclavismo era parte importante de sus planes de explotación, casi sesenta años antes de su abolición en los EEUU y más de ochenta antes que en el Brasil.
Por eso impuso un durísimo bloqueo económico al país. En 1825, para romper el bloqueo, Haití se sometió a las condiciones impuestas por Francia, concordando en pagar 150 millones de francos por las “pérdidas” ocasionadas por la independencia. Años después, la suma fue reducida a 90 millones de francos, que fueron pagos hasta 1947. En valores actuales, la “deuda” correspondería a cerca de 21.000 millones de dólares.
Fue una de las primeras deudas externas del continente. Para pagarla, el debilitado Estado haitiano consumió años tras año 80% del presupuesto nacional. Eso, en realidad, hizo retroceder el país, acabando con su independencia 21 años después de conquistada. Incluso formalmente independiente, desde entonces el país pasó a ser una semicolonia del imperialismo.
En 1915, EEUU invadió Haití, permaneciendo allí por cerca de veinte años. Saqueó el Banco Central y transfirió sus reservas para EEUU. Después apoyó la dictadura de Duvalier (Papa Doc) hacia finales de la década de 1950, una de las más sanguinarias de la historia. El duvalierismo cambió la economía del país. Haití, que ya fue el mayor exportador de azúcar del mundo, pasó a tener que importar prácticamente todos los alimentos. Se trataba de un plan de largo plazo, articulado por el imperialismo, de destruir las pequeñas propiedades de la economía campesina y forzar una migración hacia las ciudades, suministrando mano de obra abundante para las industrias multinacionales.
La caída de Baby Doc
En 1971, con la muerte de Papa Doc, su hijo Baby Doc, asumió la presidencia. Desde 1980 enfrentó manifestaciones populares, hasta ser derrocado por una revolución democrática en 1986. Los tonton macoutes (fuerzas paramilitares del duvalierismo) fueron cazados y muertos en las calles.
La ola de revoluciones democráticas que derrumbaron las dictaduras militares del Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia y otros países de América Latina, llegó a Haití, retomando la saga del país rebelde.
Nunca más desde entonces la burguesía y el imperialismo consiguieron estabilizar el país a no ser con la intervención militar directa.
En 1990, en las primeras elecciones relativamente libres en Haití, fue electo un gobierno de colaboración de clases de los trabajadores con la burguesía: un frente popular en Haití. El padre Jean-Bertrand Aristide, adepto a la Teología de la Liberación, fue electo derrotando el candidato preferido por la burguesía y por el imperialismo.
El imperialismo no se conformó con la derrota electoral. Siete meses después, Aristide fue depuesto por un golpe militar de derecha. El nuevo dictador, el general Cédras, impuso una represión salvaje que mató a 5.000 personas, números semejantes a los de las más feroces dictaduras del continente, como la argentina y la chilena de Pinochet.
La segunda invasión de Estados Unidos
No obstante, una vez más Haití rebelde se puso en movimiento. La creciente resistencia popular amenazó con una nueva revolución democrática como la que derrocó a Baby Doc.
El imperialismo, ya en ese momento había comenzado a aplicar una política distinta, dando una cobertura “democrática” a sus planes. El gobierno Clinton hizo una maniobra política, en acuerdo con el propio Aristide que había sido depuesto por los militares con apoyo del propio gobierno de EEUU. El imperialismo invadió el país por segunda vez en el siglo, en 1994, la dictadura fue depuesta, y Aristide reconducido al poder.
Se convocaron nuevas elecciones. Dos gobiernos de frente popular (Préval en 1995 y el propio Aristide en 2000) dirigieron el país y aplicaron el acuerdo hecho con Clinton, o sea, durísimos planes neoliberales que ni la dictadura de Cédras había conseguido llevar adelante.
El propio Aristide presentó en la Cúpula de Monterrey, en 2003, el plan que creó 18 zonas francas en el país. Fueron privatizadas la mayoría de las estatales y eliminadas las tarifas de importación.
Una contradicción típica de la historia haitiana: gobiernos de frente popular, apoyados por una invasión del imperialismo, aplicando un plan neoliberal durísimo.
El resultado fue una enorme desilusión. Las expectativas en Aristide se fueron deshaciendo. La insatisfacción tomó cuenta del país y ocurrieron grandes movilizaciones contra el gobierno.
Nuevamente, Haití rebelde se ponía en marcha, ahora contra el gobierno de frente popular y también contra el imperialismo que lo apoyaba. Una nueva revolución se anunciaba en el horizonte, con un desdoblamiento imprevisible.
La tercera invasión y la farsa de la “misión humanitaria” Minustah
El imperialismo entró nuevamente en escena. El frente popular ya no le servía más para contener el movimiento de masas.
Ocurrió entonces la tercera invasión de Haití por EEUU en febrero de 2004, sacando del poder al propio Aristide, a quien había traído de vuelta diez años antes.
El gobierno Bush, no obstante, armó una gran jugada. Como ya tenía que lidiar con la crisis creciente de la ocupación de Irak, que despertaba olas de indignación cada vez más grandes en todo el mundo, tercerizó la ocupación. Habló directamente con Lula (en el gobierno brasileño de entonces), para que las tropas brasileñas asumiesen el comando de la operación. Prontamente, Lula concordó aceptando el vergonzoso papel en una de las mayores traiciones de la historia brasileña.
Así llegó a Haití, algunos meses después de la invasión imperialista, la Minustah (Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití), liderada por tropas brasileñas, y compuesta por soldados de Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia, y otros países. Con un pase de magia, la invasión imperialista fue transformada en una “misión humanitaria” de la ONU, con la cobertura por la “izquierda” de Lula, Evo Morales, Bachelet, Tabaré Vázquez, y otros.
La Minustah estuvo en el país desde 2004 hasta 2017, sirviendo a los intereses directos del imperialismo norteamericano. La ocupación militar reprimió al pueblo haitiano para garantizar la aplicación de los planes neoliberales en ese país, los que Aristide ya no conseguía imponer.
La farsa de la “misión humanitaria” ayudó a disfrazar las inversiones extranjeras como una forma de “ayudar” a los haitianos. La “ayuda” a los haitianos tiene el mismo contenido de “caridad” del imperialismo europeo al invadir el África negra. La pobreza haitiana es perpetuada para producir a bajísimos costos por las multinacionales.
No hay agua ni desagües en las casas del pueblo pobre. Las personas sacan agua de los pozos y la cargan en baldes hacia sus casas. Usan carbón y kerosene para cocinar. Van a trabajar a pie para no pagar transporte.
Los planes neoliberales tienen en ese país una versión salvaje, con elementos de barbarie.
Las zonas francas, inauguradas por el gobierno Aristide, se extendieron por todo el país. El plan general se amplió para instalar 42 zonas francas, y una parte de ellas está en pleno funcionamiento. Son fábricas multinacionales produciendo para el mercado norteamericano, libres de tasas aduaneras y en general también de cualquier límite laboral legal.
La más importante zona franca está incluso en la capital, Puerto Príncipe. Otras de gran importancia son las de Ouanaminthe, y la más reciente en Caracol, en el nordeste haitiano.
Los salarios en Haití son de menos de 5 dólares por día. La mitad de lo que se paga en China para producir jeans para el mercado de EEUU, a menos de mil kilómetros de las costas norteamericanas. Pantalones y camisas de marcas famosas como Levis, Lee, Wrangler, GAP son producidas por 5 dólares en Haití y vendidas por 50 dólares en EEUU.
La existencia de 70% de la población desempleada permite a las multinacionales presionar a los obreros empleados a aceptar las condiciones humillantes de salario y de trabajo. Los sindicatos son reprimidos violentamente, sus dirigentes y afiliados despedidos así que aparecen.
Es una macabra experiencia del imperialismo. Una industria de bajo nivel tecnológico con un grado de explotación que se aproxima de la barbarie. Los trabajadores tampoco tienen los salarios indirectos de los servicios públicos como salud y educación, por el caos generalizado.
La Minustah ayudó a imponer esos planes neoliberales, reprimiendo brutalmente las huelgas y el movimiento estudiantil. Además, violaban mujeres y –comprobadamente– trajeron la enfermedad del cólera para el país.
La Minustah no tuvo ninguna acción humanitaria ni siquiera durante el terremoto que sacudió el país en 2010 matando a 300.000 personas. Los haitianos dicen que luego del terremoto, las tropas se dedicaron esencialmente a proteger los cuarteles contra la población hambrienta. Todos cuentan cómo el pueblo buscaba rescatar a las víctimas usando las propias manos, con palas improvisadas, sin ningún auxilio. Por eso fueron rescatadas con vida solo cerca de 200 personas. El terremoto aumentó enormemente el odio de los haitianos con relación a las tropas.
Los gobiernos fantoches durante la ocupación, de Préval a Moïse
Existen elecciones en Haití, pero, la verdad es que son una farsa. Con la ocupación militar, el poder real no está en la presidencia de la República sino en la embajada de EEUU. Los presidentes hacen lo que les mandan. Solo pueden candidatearse en las elecciones aquellos que no se opongan a la ocupación. Son clásicos gobiernos fantoches, fantasmas.
Las elecciones cumplen el papel de canalizar el descontento de la población con los gobiernos desgastados para elegir “nuevos gobiernos”. Después de electos, en poco tiempo, los gobiernos son repudiados por la población, y sobreviven sostenidos por las tropas de ocupación.
La presidencia permite el acceso a dinero del Estado y del “apoyo humanitario”, en una gigantesca red de corrupción. Por eso, diferentes camarillas de la burguesía disputan ferozmente las elecciones.
En 2006, ocurrieron las primeras elecciones después de la ocupación. René Préval ganó las elecciones. Pero era el candidato de Aristide, el presidente depuesto por la invasión militar. Las tropas de ocupación organizaron un gigantesco fraude para imponer en el segundo turno a dos candidatos aceptados por la embajada de EEUU. Una rebelión popular impidió el fraude y garantizó la posesión de Préval.
Pero Préval hizo lo que las multinacionales y las embajadas de EEUU y Brasil le mandaban. Privatizó las estatales que restaban y firmó la Ley Hope, completando la transformación de la Isla nuevamente en una colonia de EEUU. Terminó su gobierno completamente desgastado con el pueblo haitiano.
En 2011, Préval intentó imponer un sucesor –Jude Célestin– repitiendo el fraude que hicieron contra él. Un inicio de rebelión popular impidió una vez más el fraude.
La OEA (Organización de los Estados Americanos) aprovechó la crisis para imponer un segundo turno con la presencia de Michel Martelly, que ganó las elecciones.
Martelly era un cantante que hizo su campaña rechazando a los “políticos” y la corrupción. Pero era, en realidad, una figura de ultraderecha, y había sido un tonton macoute (paramilitar) de Duvalier antes de hacerse artista.
Fue la vuelta del duvalierismo al gobierno. Baby Doc –cuya dictadura fue derrocada en 1986– retornó a Haití en 2011. Indicó a varios ministros del gobierno Martelly, hasta su muerte en 2014.
Martelly también terminó su mandato desgastado. Al final intentó la misma maniobra de siempre, con un gigantesco fraude electoral para imponer a Jovenel Moïse como su sucesor.
Una vez más ocurrió un levante popular, en enero de 2016, que impidió temporariamente el fraude. Las tropas de la Minustah, junto con la policía local, reprimieron duramente las movilizaciones. Pasó más de un año sin un gobierno electo en el país. Al final, consiguieron, con apoyo de la OEA, armar nuevas elecciones fraudulentas, vencidas por el propio Moïse. Los índices de abstención fueron de 80 a 85%.
Moïse asumió un año después, ya en febrero de 2017. Se trata de un gobierno débil, que ya nació cuestionado. En mayo de 2017 comenzó un ascenso obrero, con movilizaciones en defensa del aumento del salario mínimo. Las movilizaciones fueron duramente reprimidas por la policía y por la Minustah.
Haití volvió a ser una colonia
Con la tercera invasión imperialista en 2004, enmascarada por la Minustah, Haití volvió a ser una colonia de EEUU.
Algunas personas pueden contestar esta afirmación diciendo que en Haití existen elecciones, apegándose a la forma que tomaban las antiguas colonias. Pero, ¿cuál es la diferencia real de contenido entre la situación actual de Haití y una colonia?
Tomemos como referencia la definición de Moreno sobre el grado de dominio del imperialismo sobre un país:
“A ese respecto, propusimos tres categorías de países: dependientes, semicoloniales y coloniales.
Dependiente es un país políticamente independiente, esto es, elige a sus gobernantes, pero, desde el punto de vista de los préstamos, del control del comercio y de la producción, depende económicamente de una o más potencias imperialistas.
Semicolonial es aquel que firmó pactos políticos o económicos que cercenan su independencia, sin acabar con ella completamente.
Colonia es aquel que ni siquiera elige su gobierno, ya que el mismo le es impuesto o controlado por un país imperialista” (Nahuel Moreno, Método para la interpretación de la historia argentina).
Haití tiene una economía completamente subordinada al imperialismo norteamericano, a través de las zonas francas. No tiene ningún grado de independencia política. Elige a sus gobernantes, pero solo pueden inscribirse candidatos que no se opongan a la ocupación. Se trata de gobiernos fantoches.
La primera conclusión sobre la historia reciente haitiana es que la combinación de la ocupación militar con la firma de la Ley Hope transformó el país de nuevo en una colonia. Doscientos años después de su independencia, Haití volvió a ser una colonia, ahora de Estados Unidos.
La burguesía haitiana y el imperialismo no consiguieron estabilizar un Estado
La segunda conclusión es que la burguesía y el imperialismo no consiguieron reestabilizar el Estado burgués en Haití desde la revolución que derrocó a la dictadura de Baby Doc.
No consiguieron estructurar una dominación política a través de la democracia burguesa, como se dio en el resto del continente, cono en el Brasil, en Argentina, en Chile, etc. Por eso recurrieron a golpes de Estado y a invasiones extranjeras.
Tampoco consiguieron estructurar el núcleo duro del Estado burgués, sus fuerzas armadas, disueltas en 1995. Lo que existía como fuerzas armadas eran las extranjeras con las invasiones. La Minustah cumplió ese papel por trece años.
El mandato de la Minustah terminó, las tropas dejaron Haití, y fueron sustituidas por la Minusjusth, con menor contingente. Intentan ahora aplicar la misma maniobra ya hecha en Irak y Afganistán, en otro contexto político. Las tropas son retiradas pero dejando un esbozo de fuerzas armadas recompuestas, bajo su supervisión. En esos trece años, el ejército haitiano aún no fue reorganizado, pero la Policía Nacional haitiana fue reconstruida, teniendo ahora 15.000 hombres.
Se trata de una apuesta arriesgada frente a la explosividad del país. Por detrás de esa maniobra está la siempre presente posibilidad de una nueva invasión de las tropas norteamericanas.
Enseguida después del terremoto de 2010, por ejemplo, en un momento en que había un riesgo de explosión popular y la Minustah se limitó a quedarse en los cuarteles, tropas de EEUU ocuparon rápidamente los principales centros del país en apenas un día. El riesgo de una nueva invasión frente a un nuevo levante está nuevamente presente.
¿Y ahora?
El gobierno Moïse asumió en 2017 ya cuestionado por el gigantesco fraude con que fue “electo”, y por un ascenso de masas que viene ocurriendo desde su posesión.
La rebelión de julio de 2018 no surgió por casualidad. Pero ella profundizó agudamente la crisis del gobierno fantoche de Moïse y del régimen colonial imperante en la Isla. Las movilizaciones se chocan directamente con la dominación imperialista.
La victoria parcial de la semiinsurrección ocurrida, con el revocamiento del aumento de los combustibles, reveló la falta de legitimidad del gobierno Moïse.
Y mostró también el fracaso de la Minustah. No hubo ninguna mejora social con los trece años de la ocupación militar liderada por las tropas brasileñas. Por eso existe esa base social rebelada del pueblo haitiano. El último desastre hecho por la Minustah fue la represión al pueblo para asegurar el fraude y la posesión de Moïse. El fracaso de la Minustah también se extendió a otros terrenos: la rebeldía del pueblo haitiano tampoco fue derrotada, la Minusjusth y la rearticulada policía haitiana no consiguieron reprimir el levante de julio.
Una nueva revolución haitiana puede desarrollarse. Las bases comienzan a establecerse. Pero, en caso de que ocurra, tendrá que enfrentar una doble tarea:
En primer lugar, encarar una vez más la tarea democrática de liberación colonial, ahora del imperialismo norteamericano. Puede ser que eso se dé luchando directamente contra una nueva invasión imperialista.
Como parte de un mismo proceso de revolución permanente, junto con la tarea democrática antiimperialista, avanzar en dirección a una revolución socialista. Eso no era posible en la primera revolución haitiana en 1804 porque las condiciones objetivas no estaban dadas. Los esclavos negros eran lo más próximo a un proletariado moderno, por trabajar en grandes estancias exportadoras de azúcar para el mercado mundial. Pero no existían las bases objetivas para una revolución socialista. Ni tampoco subjetivas, cuarenta y cuatro años antes del Manifiesto Comunista.
Ahora, la contradicción que trae la expansión de las zonas francas es una nueva constitución del proletariado haitiano, con el sector textil a su frente. Se trata de un proletariado pequeño para el tamaño del país, pero el proletariado industrial ruso era solo 3% de la población en 1917. Y existe una amplia base popular para la revolución, explosiva y súper explotada en todo el país.
No obstante, la tragedia haitiana también se expresa en la fragilidad que existe en sus masas. No existe una alternativa de dirección revolucionaria con peso suficiente entre el proletariado para poder dirigir ese proceso.
Existen organizaciones del movimiento obrero en construcción, como Batay Ouvriye, que viene desarrollándose en la lucha contra el imperialismo y los gobiernos.
Ahora es necesario y posible que avance como una organización que dirija al proletariado con un programa revolucionario que incluya la caída del gobierno Moïse; las reivindicaciones más sentidas de las masas, desde el salario hasta el empleo; la expropiación de las grandes empresas extranjeras y nacionales; la ruptura con el imperialismo; y la formación de un gobierno del proletariado y de las masas populares.
Es preciso construir organismos democráticos de luchas de las masas (semejantes a lo que fueron los soviets rusos de 1917), que organicen las luchas actuales y puedan ser las bases de un nuevo futuro gobierno y Estado.
La nueva situación está completamente abierta. Es el Haití rebelde… de nuevo.
Traducción: Natalia Estrada.