Hace pocos días, a los 100 años, murió Henry Kissinger, un estratega de las políticas del imperialismo estadounidense desde finales de la década de 1960. ¿Cuáles fueron las estrategias centrales que propuso e impulsó y que impactos tuvieron en el mundo?
Por Alejandro Iturbe
Kissinger nació en Alemania en 1923, en una familia judía que huyó de la persecución nazi y se radicó en EEUU, en 1938. Durante la II Guerra Mundial, se alistó como soldado del ejército estadounidense. Fue un estudiante excelente que después desarrolló una destacada carrera académica en la Universidad de Harvard.
En 1969, cuando el republicano Richard Nixon asume la presidencia del país, Kissinger es convocado para integrar su gobierno, primero como Consejero de Seguridad Nacional y después como Secretario de Estado (responsable de la política y las relaciones exteriores de EEUU). Cuando Nixon se vio obligado a renunciar por el juicio político derivado del llamado “escándalo Watergate”, mantuvo la influencia en el gobierno de su sucesor, Gerald Ford, el ex vicepresidente de Nixon, hasta 1977, aunque ahora en un contexto nacional e internacional diferente. Fue en esos años que Kissinger pudo llevar adelante plenamente su visión sobre el papel del imperialismo estadounidense en el mundo. Fue cuando orientó y aplicó las políticas que derivaban de esa visión.
El criminal de guerra
No cabe ninguna duda de que Kissinger poseía un nivel intelectual muy alto y que era capaz de elaborar estrategias y transformarlas en acción política. Puso esa capacidad al servicio de la defensa de los intereses del imperialismo yanqui y lo hizo en diferentes contextos. En el primero de ellos, encuadrado en la perspectiva mundial del “combate al comunismo”. De modo específico, en el sudeste asiático, el objetivo era contener en la región la dinámica de expansión de la revolución china de 1949.
Con ese objetivo, se transformó en un criminal de guerra. Fue el autor intelectual de la escalada de intervención militar en la guerra de Vietnam que aplicó el gobierno de Nixon, con sus métodos genocidas cada vez más crueles(comola masacre de la aldea de My Lai) o la quema de campos de cultivo con napalm (junto con los campesinos que trabajaban esas tierras). También de la extensión de la guerra a países vecinos como Laos y Camboya.
Este criminal de guerra también operó sobre Latinoamérica, y con la misma estrategia de “combate al comunismo” apoyó numerosos golpes de Estado y la instalación de numerosas dictaduras militares en el continente. En Chile, fue el autor intelectual del sangriento golpe del general Augusto Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende, en 1973. En Argentina, impulsó el golpe militar de 1976, encabezado por el general Videla, que instaló lo que el pueblo argentino recuerda como la Dictadura.
Posteriormente, los militares argentinos sería la pieza central del Plan u Operación Cóndor, un plan coordinado de represión en todos los países del continente, apoyado por el gobierno de EEUU. La Dictadura argentina proveyó cuadros militares y de inteligencia a gobiernos de diversos países, coordinados con la CIA y el Pentágono. Detrás de todo esto estuvo Kissinger, como criminal de guerra.
Kissinger cambia su política
La inteligencia de Kissinger le permitió comprender que, ante la combinación de la heroica resistencia del pueblo vietnamita con las masivas movilizaciones contra la guerra en EEUU, el ejército estadounidense comenzaba a quebrarse y la guerra de Vietnam se encaminaba hacia una dura derrota del imperialismo yanqui.
Ahí comenzó una política diferente: planificar una “retirada ordenada” del ejército yanqui de Vietnam y, desde 1972, “negociar la paz” con el gobierno de Vietnam del Norte, lo que permitiría disimular la derrota y la rendición. No lo consiguió: las imágenes de las fuerzas estadounidenses abandonando apresuradamente Saigón en barcos y helicópteros recorrieron el mundo. La “paz” era en realidad una gran derrota y una rendición del imperialismo estadounidense.
En 1973, con la hipocresía que lo caracteriza este campo, se les concedió el Premio Nobel de la Paz a Kissinger y a Le Dúc Tho, jefe de la delegaciónde Vietnam del Norte. Le Dúc Tho rechazó el premio pero Kissinger lo aceptó aunque no fue a recibirlo personalmente sino que envió un representante (tuvo temor de que hubiera manifestaciones en su contra).
Menos conocido es cómo estos dos momentos de la realidad mundial y de las políticas impulsadas por Kissinger se reflejaron en Medio Oriente. En su período como criminal de guerra, en 1973 organizó la operación Nickel Grass para suministrarle armas a Israel en su guerra contra varios países árabes. Esas armas fueron claves en la victoria israelí[1].
Luego de la derrota en Vietnam, cuando los “vientos mundiales” comenzaron a soplarle en contra, Kissinger fue un precursor de la política de ganar a los regímenes y gobiernos árabes para que reconocieran a Israel y firmaran la paz con el Estado sionista. Con ese objetivo viajó a Israel, Siria y Egipto y mantuvo reuniones con sus gobiernos. Una política que, posteriormente, tendría un éxito completo en Egipto, con la firma de los Acuerdos de Camp David, en 1978, ya con el gobierno del demócrata Jimmy Carter y otro “orientador estratégico”, Zbigniew Brzezinski.
El estratega de la restauración capitalista en China
La derrota en la guerra de Vietnam y, con ella, de la política de aislar con guerras en la región al Estado obrero chino y la dinámica expansiva de su revolución, llevaron a Kissinger a elaborar una nueva estrategia hacia China.
El Estado obrero burocratizado chino era débil y estaba en crisis: se había aislado luego de la ruptura del maoísmo con la burocracia de la ex URSS y partía de una base económica muy atrasada y agraria. Era un terreno propicio para la nueva estrategia de Kissinger: ganar a la burocracia china para restaurar el capitalismo en China era un terreno especialmente apto para esta política. Fue el objetivo de lo que se inició con la “diplomacia del ping pong” (en los primeros años de los ‘70), continuó con numerosas “visitas secretas” de Kissinger en esa década, cuyo su punto más alto es la histórica visita de Nixon a Beijing y su reunión con Mao, en 1972.
Finalmente, la burocracia china inició la restauración capitalista bajo la dirección de Deng Xiaoping y las “cuatro modernizaciones”, en 1979. Comenzaron a afluir a China, primero, numerosos capitales de los burgueses chinos que habían huido luego de la revolución de 1949 y se habían radicado en Taiwán, Hong Kong o Singapur. Luego de la derrota del proceso de la Plaza Tiananmen, en 1989, también comenzó una afluencia masiva de capitales imperialistas. Todos buscaban las grandes ganancias que podían extraer del inmenso proletariado chino y sus bajísimos salarios.
En sus análisis actuales, los medios imperialistas hablan de un “legado histórico” de esta política de Kissinger: “El resultado será el acercamiento de ambos países frente al rival soviético común, y el lanzamiento de China en la vía de las reformas económicas”[2]. Es imposible entender el mundo actual sin comprender el impacto profundo que tuvo esta estrategia de Kissinger en su configuración.
China se transformó en la “fábrica del mundo” y en una gran potencia capitalista que disputa espacios económicos y políticos con el imperialismo estadounidense. En esa situación, cuando asumió, Joe Biden expresó que China capitalista era el “enemigo estratégico” a enfrentar actualmente.
Ya muy viejo, Kissinger planteó que su país no debía ahondar las tensiones con China, menos aún en el terreno militar: propuso un camino de acuerdos para profundizar los “negocios en común”. Incluso, en julio pasado, viajó a China y se entrevistó con Xi Jinping quien “le dio una cálida bienvenida al exdiplomático estadounidense Henry Kissinger, en momentos en que Estados Unidos busca mejorar sus relaciones con China”[3]. Al conocerse la noticia de su muerte, la agencia oficial china dijo que había fallecido “un viejo amigo”[4].
Ha muerto un enemigo
Desde la década de 1980, Kissinger se alejó da la política activa en los gobiernos estadounidenses. Sin embargo, continuó asesorando a políticos republicanos y demócratas, escribiendo libros, pronunciando discursos y gestionando una firma de consultoría global. Ganó muchísimos dólares por esa actividad y murió en medio de esa abundancia.
Hoy, le rinden homenajes todos los políticos y medios del capitalismo, incluso, como vimos, Xi Jinping. Nosotros no derramamos ninguna lágrima por él: ha muerto uno de nuestros peores enemigos. Aquel que, cuando fue criminal de guerra, nos provocó muertos, presos, secuestrados y torturados. Aquel que, cuando lo derrotamos en Vietnam, elaboró la política para salvar el capitalismo imperialista “por las buenas”.
Como decía un poeta “no son estos los muertos que lloramos”. O, como se dice en Brasil cuando muere un enemigo: “vai tarde”.
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