Hace algunos días vio la luz una noticia horrible pero totalmente común en el sistema carcelario que tenemos. Siete hombres alojados en el módulo 8 fueron “rescatados”, en condiciones de desnutrición, al borde la muerte y con un estado físico deplorable. Son solo siete estos presos que salen en las noticias, pero todos sabemos que son muchos más lo que viven en hacinamiento, entre la mugre y sin posibilidades de rehabilitación.

Por Katia

El diario El País hace un recuento de los crímenes de estos hombres: tenencia de drogas e intento de hurto. La mayoría analfabetos, pobres y sin familia. Algunos sufrieron abusos sexuales dentro del Comcar, pero no pudieron hablar con ningún funcionario simplemente porque “no se cruzaron con ninguno”.

Esta es la realidad de la población más empobrecida que es enviada a la cárcel en Uruguay, muchos por delitos menores y sin que aún tengan condena firme por la justicia. No hay lujos, no hay comodidad, solo hacinamiento, frio y desprecio a los Derechos Humanos de los detenidos. Una realidad totalmente diferente a la de los presos ricos de quienes hablaremos a continuación.

Los presos VIP

En unas pocas cárceles uruguayas, sin embargo, que parecen más hospedajes que prisiones, existen otro tipo de presos. Los pocos detenidos por torturas, asesinatos y desapariciones en épocas de dictadura no son considerados criminales de mayor calibre por la Justicia y el sistema penitenciario. Ser un militar golpista y más si se tiene dinero y rango, hace que automáticamente la pena sea cumplida en una cárcel VIP, con lujos, cocineros personales y jubilaciones por encima de los 100 mil pesos que se continúan cobrando.

Las diferencias de las clases sociales no se pierden dentro de las cárceles, sino que aún las vemos con mayor claridad. Según las descripciones en Domingo Arena, una de las cárceles de lujo, “los reclusos cuentan con una enfermera que los visita todos los días”. Por otro lado, los presos del Comcar comentaron que a veces, ni siquiera veían gente en varios días.

A su vez, militares presos como José Arab, no solo cuentan con la comida que lleva su familia, sino con pedidos a rotiserías, panaderías, compras en supermercados y hasta chocolates suizos.

Pero esto no solo es así para los militares, sino también para empresarios que estafan por miles de dólares. Por ejemplo, Matías Campiani o Francisco Sanabria, quienes tuvieron su paso por la cárcel Campanero, un sitio ubicado en Minas que nada tiene que ver con realidades como las del Módulo 8 del COMCAR. En Campanero, Campiani, que estafó y hundió a PLUNA, dio clases de yoga a otros reclusos y salió libre al poco tiempo. Esa “cárcel” cuenta con losa radiante en todas las habitaciones y una huerta propia, además de poder usar el celular libremente. Entre la comida recibían salmón y platos refinados.

¿Qué dicen los organismos?

La situación en las cárceles uruguayas donde están los más pobres no es desconocida, de hecho instituciones como la ONU han denunciado lo que ocurre en ellas. No hay agua, espacio, ni alimento.

A veces nos apuramos a opinar sobre la situación de los presos debido a su condición, como si todos fueran criminales, pero nos olvidamos que ni la Justicia ni el Gobierno están haciendo algo que mitigue una situación de fondo que genera más pobreza y marginalidad. Muchos jóvenes, por vivir en barrios de la periferia, sufren maltrato y gatillo fácil. En un sector importante las condiciones de vida son deplorables.

El verdadero enemigo, que genera condiciones para la delincuencia y reprime a pobres y trabajadores, es la clase burguesa que nos explota diariamente y nos somete a carencias económicas, y además se asegura de sus crímenes queden impunes. Los ricos roban y asesinan sin ningún tipo de problema, sin miedo a ser violados en una celda, a no ver a sus familias, a morir de hambre.

Las cárceles, dicen los discursos, son sitios de rehabilitación, pero todos sabemos que eso es una gran mentira. Las condiciones infrahumanas de reclusión son solamente para los pobres, no para quienes nos roban diariamente desde sitios de poder.