El pasado 28 de junio falleció el actor, dramaturgo y director Alberto Restuccia, ícono del teatro nacional y símbolo de la resistencia cultural a la dictadura.
Escrito por Federico
Nacido en el barrio de Capurro en 1942, desde muy joven se involucró en la actividad sindical, política y cultural. En la convulsionada década de los 60, donde crecía la miseria y junto a ella los conflictos obreros y estudiantiles (y también la represión estatal), fundó junto a otros artistas el Teatro Uno en 1961. Dos años después ingresó a trabajar a la Administración Nacional de Puertos en donde fue dirigente sindical.
Restuccia fue parte de un valioso sector de vanguardia que no aceptó la complicidad de la dirección del Frente Amplio y el Partido Comunista (PC) con las Fuerzas Armadas, rompiendo con el PC cuando este, a través de su prensa «El Popular» llamó a apoyar los comunicados 4 y 7 de las FFAA en febrero de 1973 para secundar a un supuesto sector «progresista» de los mandos militares.
Sus posiciones le costaron la persecución, la cárcel y la censura durante de la dictadura, al igual que a muchos artistas de nuestra América Latina. Esto no evitó que prosiguiera realizando sus obras críticas, esquivando la censura impuesta por los militares, como lo hizo mediante un ingenioso lenguaje en la obra «Esto es cultura ¡Animal!».
Autor e intérprete de un sinnúmero de obras, tuvo el grandísimo mérito de llevar la cultura teatral al movimiento obrero, presentando obras en las fábricas ocupadas, en los hospitales, en la histórica textil Campomar y hasta en las cárceles.
«Los presos entendieron de ese sistema de opresión que había en la obra, lo entendían mejor que nadie, mejor que un intelectual. Fue increíble la devolución de los obreros en las fábricas», relataba Restuccia.
Una de sus principales obras «Salsipuedes», escrita en 1979 pero estrenada recién en 1985 debido a la censura de la dictadura, denuncia el genocidio perpetrado por el caudillo colorado Fructuoso Rivera contra los indígenas, en nombre de la naciente burguesía ganadera cuando el Uruguay se erigía como Estado independiente.
El nudismo, el travestismo, así como el trato de la homosexualidad, la transexualidad y la sexualidad en general, fue parte esencial de sus obras y de su vida, desafiando la moralina hipócrita de la sociedad y el régimen burgués. Por eso la transgresión también fue una de sus principales características.
Luego de la dictadura, Restuccia continuó en el mundo del teatro así como también diferentes programas de radio. Sin embargo, el aislamiento que se le impuso, ahora por parte de los sectores «democráticos» y conciliadores, debido a sus posturas independientes y transgresoras, lo llevó a denunciar en 2017 que se encontraba en la indigencia, cobrando una miserable pensión de $15.000.
Los gobiernos ajustadores de blancos y colorados de la pos-dictadura y los sucesivos gobiernos supuestamente «progresistas» del Frente Amplio, fueron responsables de esta situación, dejando caer en la indigencia a uno de los artistas más importantes de nuestro país.
Ese fue el precio que se le hizo pagar por ser crítico y transgresor; por llevar la cultura al movimiento obrero y hacer de esta un arma de lucha y resistencia.
Restuccia fue un ícono y también lo fue la fecha de su muerte, el 28 de junio: día del orgullo LGBTI y un día después del aniversario del Golpe de Estado en nuestro país.
Sin dudas su nombre quedará, al igual que el de Cerminara o El Sabalero, como ejemplo de una actitud valiente de independencia artística frente al poder.
Desde estas páginas manifestamos nuestro humilde reconocimiento y homenaje para este maestro de toda una generación de artistas en nuestro país. Al mismo tiempo, hacemos llegar nuestras condolencias a sus amigos y familiares.